De verdad que para muchos no hay nada más sabroso que una hallaca, mucho más si la hace SU MADRE!. Yo no puedo decir lo mismo. Mi progenitora no hace hallacas, y cuando se le ha ocurrido la brillante idea de hacerlas ha sido en días como el mismo 24 como a las 7:45 de la noche. Es decir que nos agarra el nacimiento del niño embadurnados de onoto, envuelto en hojas de plátano y pagando la arrechera con el pobre hilo pabilo. Una vez recuerdo que a "mami" no le dio tiempo de picar bien el guiso y parecía que cada multisápida tiene un bisteck envuelto en harina precocida. ¡Qué vaina tan desagradable! Si maíta me escuchara, me deshereda. Todos nos veimos la cara con ganas de que alguien comentara algo y como siempre el más salío de todos (entiéndase yo) tuve que arrugar la cara en el momento justo que ella me veía. No hubo necesidad de decir nada. Mi madre me vio y armó tremendo drama en el que la difunta primera actriz Amalia Pérez Díaz se quedó chiquita (liliputiense mejor dicho). Desde allí me hago el loco y trato de evadir las hallacas elaboradas por la culpable de mi linaje y descendencia. Conmigo si es verdad que la canción se peló: "La mejor hallaca no la hace mi mamá". Fue aquí cuando entendí que en nuestro país, la hallaca representa el icono del orgullo familiar decembrino, es lo más esperado, es como el sello de la realeza que no se debe ofender ni profanar. El sabor de una hallaca define tu estirpe y tu reputación. Por lo tanto mi familia y yo estamos jodidos, nos quedamos sin pedigree, en fin pues somos unos cacri (callejeros-criollos).
Lo peor es que siento que me persigue "la maldición hallaquera". Casa que visito, gente que me da par de bolsas con sendas bichas mamarrúas, parecen unos toletes tiesos de un experimento inagotable que pulula por todas las familias que paso a saludar. "Toma hijo para tí las más grandes", y yo con cara de recién haber chupado tamarindo verde, le digo: "Gracias mi doñita", "Gracias Vecina", "Gracias Amiga", "Gracias mi amor" y despué de la ronda, llego a mi hogar como con diez bolsas llenas de ese masero revuelto con aceituna, pasas, alcaparras (especies odiadas por mi paladar que provocan mi regurgitación instantánea a punto de expulsar sustancias internas, de sólo pensarlo).
Pero eso no queda allí, más jodido es cuando me levanto el 25, 26, 27, 28, 29, 30, 31 de diciembre, 01 y 02 de enero, abro la nevera y veo de arriba a abajo y lo que hay es hallaca y bollos (derivados o sobrantes de los materiales de la hallaca) que para no botarlos tu abuela o tía le dicen a tu madre con tono hipócrita y en falsete sostenido: "Haz unos bollitos, que te quedan ricos...". Allí suelto los improperios más inauditos que jamás sus oídos escucharán de otro ser tan indignado como yo. Es allí cuando me toca el menú. De desayuno: Hallaca, de almuerzo: Hallaca, de cena: Hallaca, de merienda: Bollitos de Hallaca. De verdad las odio con toda mi alma. Y lo más detestable es que me las tengo que calar hasta que se acabe la existencia del pseudo suculento producto decembrino.
Amigos disculpen mi ira, pero por qué no me dan vino, panetón, torta, pan de jamón, sino Hallacas? Es mi karma. No puedo hacer otra cosa que sentirme como un endemoniado al ver un crucifijo, apenas medio observo de refilón una hoja de plátano, me sale espuma por la boca y mis amigos deben recurrir a golpearme el encéfalo para salir del shock.
He decidido que en diciembre no visitaré a más nadie y comeré en la calle lo que me apetezca. También prometo que a quien me visite le zampo tres hallacas en una bolsa y lo saco a empujones antes de que se arrepienta. Si saben de alguna fundación con tratamiento para personas con adversión a platos navideños y secuelas estomacales y cerebrales por el consumo de este vil plato típico, avísenme por favor.
Madre perdóname, pero desde chiquito me enseñaste a decir la verdad, cueste lo que lo cueste. Así que esta vez, te tocó a ti...
P.D: No me podía ir sin dejar una perlita. Feliz Año Nuevo, Dios les bendiga.