Érase una vez, en medio de un amanecer espléndido, lleno de
miles amaneceres, entre un cielo surcado por los avasallantes rayos de la luz
que se dibujaban hasta en la inmensidad del mar, sin ocultar su brillo, que sin
pensarlo y no sé si tanto desearlo, que dos miradas se reconocieron
estremecidas por la fuerza del espíritu para saberse el uno del otro “tú estás
para mí, yo estoy para ti”.
Ese primer encuentro fue “como que” fueras a una oscura sala
de cine a ver una película y mientras eso sucede, justo a tu lado hay un protagonista
que te despoja de toda tu atención, y ya no importa ver la pantalla sino viajar a
través de sus ojos, por un mundo infinito, dibujado con pinceles de miles de
colores que giran, giran y giran rápido, hasta ilusionarte con hipnótico y
sumergirte en un fantástico escenario que proyecta maravillosas historias sobre las cuales
siempre habías soñado.
Este cuento versa sobre el encuentro con una luz, que usa la naturaleza como
capa y que en vez de cubrirla, la transparenta, que evoca la primavera con una
brisa fresca de flores en su pecho acariciado por la magia que emana de una mística
y sedosa pluma de pavo real. Cubierto de
miles de mantras invisibles a través de uno solo que se toca, inocente de saber
que quizás el amor sí sea eterno y nunca se acabe, por eso le fue entregado un
corazón tan poderoso que se rebosa por cada poro de su piel.
Y yo, justo cuando
estaba sostenido por el hilo del temor de dar un paso, para no caer en ese
laberinto que tanto aprisiona los sentimientos, dejé volar los fantasmas que me
poseían y empecé a liberarme de algunos ajustados y otros holgados trajes que llevé por años sin
saber que no eran de mi medida, empecé a sacar de mi equipaje cuanto me hiciera
el viaje más pesado y la distancia más corta, hasta lanzar al infinito el ancla
que no me dejaba volar, para aprender que cada vez que suelto, siempre será
mejor mi camino.
Después de tantas memorias recorridas, después de tantos
cuentos iniciados con esa misma frase tratando de tener finales felices que no
llegaron, pero que nos enseñaron a seguir buscando una hermosa historia de amor,
hoy te encuentro junto a mí, para
tomarnos de la mano y dar vueltas y vueltas guiados por “la brújula que
llevamos dentro”.
Ven, amarra muy bien tus trenzas, vamos a correr tan fuerte que
desafiemos el viento y broten las lágrimas de tanto sonreír. Corre, “la noche está tranquila, el viento está a
nuestro favor”… la alegría nos espera, Ven, salta, es hora de
llegar lejos, volar como cometas y tocar el cielo para acariciar las estrellas y con su brillo
recargar nuestra luz para esparcirla al mundo, abrir nuestros pechos y encender
miles de fuegos artificiales para acabar con el pesado frío de la noche e
iluminar los rostros que quieren ser felices y calentar el fuego de quienes quieren amar con pureza, intensidad y
sin medida.
Es hora de vibrar la música que cantan nuestras almas y
sonar las más hermosas sinfonías de nuestros corazones, es hora de bailar ante
el universo para plasmar obras de arte con los colores de nuestros
pies, es hora de volver a nacer y escribir con tinta sagrada… érase una vez.