Ok. Está bien, por más que quise pasar por inadvertido todo el mundo se enteró de que me operé la nariz… En su mayoría, gracias al lengüetero (que abunda en el vicio que superó al cigarrillo y al alcohol), el flagelo de nuestros días: Facebook.
Pero la cosa no es como dicen algunos “no tan amigos míos” que suponen me verán como el más famoso pederasta (léase Michael Jackson) pues se trata de segunda una operación funcional para ampliar las fosas nasales (nombre científico: eliminación de sinequias, o en criollo: desvirgar los huecos). La estética la tengo desde el año pasado y no me da pena decirlo. Pero la gente es una vaina seria, son dignos de merecer el colmo de la indiscreción. Digo yo: ¿Será que en su casa no les enseñan a disimular? Yo recuerdo que mi abuela (dijera mi papá: Que Dios la tenga en su santa gloria) nos decía a mí y a mis hermanos: “cuando hablan los adultos usted no se meta, cuando vea algo raro hágase el loco” (casi compra un bosque y piérdete). Será que esta gente no tuvo abuela carajo? porque apenas me ven, lanzan aquella frase a toda voz y en pleno centro comercial: “Aaaaaaaaamigo qué bella te quedó esa narizzzzz”, “natural, genuina, auténtica…” y demás epítetos adulatorios que no soporto. Allí es cuando empiezan a revolverme la bilis y me dan ganas de echarle el producto final de mis glándulas saliváceas como crema para su cutis grasoso. Lo peor es que durante toda la conversación no me quitan los pupilas, retinas y corneas del mero centro de la mitad de mi cara como si tuviera una nariz biónica.
Eso es nada más el entremés, porque me imagino lo que vendrá cuando vaya a un evento social y me encuentre a los nefastos que nunca faltan. El año pasado en una cena de navidad. Un grupo muy selecto de periodistas me había guardado asiento, en su selecta mesa, pero resulta que el tema del chismorreo del selecto grupete donde me senté era las tetas de fulana, la lipo de sutana, y dije: Me voy de esta vaina antes de que vayan a empezar a preguntarme por la fucking nariz. ¡Como pude dejé la peluca!. Antes de que sus mordaces y afiladas lenguas me pusieran la etiqueta de “el operado”, pero si supieran que no se trata de un adorno, ni un simple respingue con cartílago en la punta, es que no podía respirar porque gracias a los genes de mi padre, y a un bendito mango verde que, en mis días de inocencia, cayó en la nariz cuando trataba de dormir en una hamaca y me fracturó el tabique. De allí le agarré fobia al mango verde y a todo los suspensorios que sirvan para echarse a descansar.
Pero la cosa no es como dicen algunos “no tan amigos míos” que suponen me verán como el más famoso pederasta (léase Michael Jackson) pues se trata de segunda una operación funcional para ampliar las fosas nasales (nombre científico: eliminación de sinequias, o en criollo: desvirgar los huecos). La estética la tengo desde el año pasado y no me da pena decirlo. Pero la gente es una vaina seria, son dignos de merecer el colmo de la indiscreción. Digo yo: ¿Será que en su casa no les enseñan a disimular? Yo recuerdo que mi abuela (dijera mi papá: Que Dios la tenga en su santa gloria) nos decía a mí y a mis hermanos: “cuando hablan los adultos usted no se meta, cuando vea algo raro hágase el loco” (casi compra un bosque y piérdete). Será que esta gente no tuvo abuela carajo? porque apenas me ven, lanzan aquella frase a toda voz y en pleno centro comercial: “Aaaaaaaaamigo qué bella te quedó esa narizzzzz”, “natural, genuina, auténtica…” y demás epítetos adulatorios que no soporto. Allí es cuando empiezan a revolverme la bilis y me dan ganas de echarle el producto final de mis glándulas saliváceas como crema para su cutis grasoso. Lo peor es que durante toda la conversación no me quitan los pupilas, retinas y corneas del mero centro de la mitad de mi cara como si tuviera una nariz biónica.
Eso es nada más el entremés, porque me imagino lo que vendrá cuando vaya a un evento social y me encuentre a los nefastos que nunca faltan. El año pasado en una cena de navidad. Un grupo muy selecto de periodistas me había guardado asiento, en su selecta mesa, pero resulta que el tema del chismorreo del selecto grupete donde me senté era las tetas de fulana, la lipo de sutana, y dije: Me voy de esta vaina antes de que vayan a empezar a preguntarme por la fucking nariz. ¡Como pude dejé la peluca!. Antes de que sus mordaces y afiladas lenguas me pusieran la etiqueta de “el operado”, pero si supieran que no se trata de un adorno, ni un simple respingue con cartílago en la punta, es que no podía respirar porque gracias a los genes de mi padre, y a un bendito mango verde que, en mis días de inocencia, cayó en la nariz cuando trataba de dormir en una hamaca y me fracturó el tabique. De allí le agarré fobia al mango verde y a todo los suspensorios que sirvan para echarse a descansar.
El trauma de esto es antes, durante y después. Antes por todos los exámenes preoperatorios, casi te piden el ejemplar de tu primer diente de leche, los rayos X, pruebas de cardio y pulmones. El neumonólogo (muy oficialista) me pidió que gritara “Chávez” a ver como estaba mi cavidad respiratoria, salí normal, me dijo, quizás no me motivé con el personaje. Tienes que hacer maletas para internarte, prepararte psicológica y emocionalmente a ser descuartizado por unas horas en la que quedas en el limbo anestésico. Previo a eso, creo que de todo lo que más me dolió fue algo que odio a muerte… “Hola mijo, cómo estás te vine a tomar la vía para pasarte el medicamento intravenoso”. En ese momento hice un flashback y recordé a mi hermana cuando tuvo una cesárea, yo estaba allí dándole mi apoyo, ella jugueteando con las enfermeras, súper de buen ánimo, hasta que le metieron la inyectadora en el dorso de su mano y soltó una sarta de improperios que yo pensé que jamás repetería, eran más de 10 groserías incoherentes una detrás de la otra que produjo mi carcajada instantánea y me prohibieron el paso a su habitación.
Pues sí, había llegado mi momento… entró la susodicha enfermera, una señora mayor como andina, de voz muy dulce, parecía muy educada y agradable, vestida de azul y un gorrito blanco, con una caja de aluminio muy brillante, cuando la abrió vi la rolo de aguja y me dijo: “Vine a tomarte la vía”, Yo sonreí, me repetía “tranquilo bobby, tranquilo”, respiré, recé, medité, esperando la puyazón… Mi madre (siempre de muy pocos amigos) la veía de reojo predispuesta a que le hicieran daño a su querubín, yo le eché una de mis miradas mortales como diciéndole “quédate quieta que yo soy grande”. Eso bastó para que medio se tranquilizara, pero no le quito la mirada a la señora.
Cuando me iba a enterrar la aguja de plástico (parecida a un pitillo removedor de café), la señora arreculó y se puso a decir que todo estaba en la voluntad de Dios, me habló de sus hijo mecánico y su hija mayor que no podía tener hijos, Lugo de una nieta que le salió brincona… Y yo ajá, ¿Pa` cuándo es la inyectada?, se detuvo y dije es el momento… Y la enfermera en cuestión echó la segunda arreculada: prosiguió hablando de que yo tenía que ser buen profesional, echó el cuento de su viudez y los 6 hombres que ha tenido después de la desaparición de su difunto marido. Y a todas estas, mi mamá enfurecida en el sofá. Yo riéndome (entre una mezcla de nervios y ganas de callarla), y al fin cuando se le agotaron los temas decidió mostrar la agujeta. Yo cerré los ojos y zuas! Ya entendí porque mi hermana dijo: Coñ., verg., nojoda, ping., qué arrecho, el co.. de la madre, etc, etc, etc… y yo quise ser más educado y creo que nada más respiré y dije AHHHHHH. Uffff!!!! Expresión que bastó para mi vigilante madre, saltara rauda de su asiento y se colocara justo detrás a la vieja que me destrozó la mano (como lo notan dejó de ser la dulce enfermera) a supervisar cada uno de sus movimientos.
Los nervios atacaron a la enfermera, empezó a balbucear y lo único que entendí fue que me dijo que yo tenía las venas “engrinchadas”, primera vez que me decían esa palabra, después me dijo que eran “engarruñadas”, por lo que la vieja “con la aguja adentro” empezó a girar para encontrar la vía sanguínea, por lo que mi dulce madre le dijo de todo, y en esos dimes y diretes yo apretaba todo lo que podía apretar, para no gritar. La vieja sacó la aguja y la volvió a meter con más rabia que antes hasta que parece que las venas se desengrincharon y desengarruñaron y encontró una que servía. Diossss que episodio.
De allí, me vistieron de azul, me colocaron gorro y zapatos desechables, jamás entendí porque me llevaban en sillas de ruedas al quirófano y al llegar me saludó la anestesióloga: Hola cómo estás? Y yo, siempre de ácido le dije: Cómo debería estar? Eso le bastó para que en menos de un minuto me pusiera a dormir. No recuerdo nada, cuando estaba despertando escuchaba voces y lo primero que vi, fue a mi progenitora peleando con la enfermera, jejejeje. Allí fue que me di cuenta de que si me reía me dolía la nariz.
Ya ha pasado más de una semana y a pesar de todo, estoy bien, según el doctor ha sido satisfactorio mi progreso, estoy de reposo total, “total”: no bajar la cara, prohibido actividades físicas, incluyendo “aquello”, hablar lo menos posible, entre otras. Todavía tengo bastante descanso, aunque estoy desesperado por ir a la oficina, dar clases en la universidad y hacer ejercicios, pero todo tiene su tiempo. Por lo pronto mil gracias por estar pendiente, por estar allí los que siempre han estado, por aparecer los que no sabía que existían, quienes con un emoticón, un mensaje de texto, un saludo de chat, una llamada, me han regalado unos días de silencio armoniosos, diferentes al bullicio y estrés en el que normalmente estoy sumergido.
Muchos amigos, conocidos y hasta desconocidos han estado pendientes de mí, otros no… mi familia y en especial mi hermana ha demostrado que profesa el verdadero sentido del correr de la misma sangre por la venas y tener el corazón latiendo al ritmo del mío; porque cargada de paciencia, detalles y cariño me ha ayudado a mejorar lo que a veces se ha convertido en dolor. Una vez más experimento que Dios no nos deja solos y nos pone ángeles en el camino para hacer más llevadera esta vida y las que sean.